Pavón Arriba





Pavón, es un pueblo inserto e incierto en el medio de la “Pampa gringa”, esa llena de inmigrantes italianos. Agrícola, con calles pequeñas; pequeño, pero ardiente como el infierno. En donde la mayoría de los habitantes tienen vínculos de sangre entre ellos. Si alguien se encargara de hacer un árbol genealógico exacto y detallado, descubriría que todos se unen por algunas de sus ramas.
Y pavón es así, es como vivir como en una gran familia, ya que todos opinaran de cómo debes vivir tu vida. No hay nada de vos, que tu vecino no sepa, o que no presuma. Pero se que también hay secretos profundos y muy bien guardados, y también hay cosas de las que no se habla.
Pavón es para mí un pueblo difícil, siempre lo ha sido. Quizás nunca lo termine de entender, o nunca termine por integrarme a él del todo. Lo que puedo ver es que no ha sido fácil vivir allí, pero también se que ha sido hermoso.
Crecer en el medio de calles en las que no existía otro peligro que una gripe en invierno o una insolación en verano, tiene sus ventajas. Desde mi casa era posible escuchar la vieja campana de bronce de la escuela, la que creo, aun hoy existe. Entrábamos a la 1.15 de la tarde, pero podíamos estar saliendo a la 1.10 de casa, y seguro llegaríamos temprano. El recreo del mate era el más largo, en donde jugábamos cerca de la gran planta de moras, que indefectiblemente terminaba tiñendo nuestros guardapolvos con manchas violetas, o estaban también los enormes eucaliptos imponentes y gigantes para peques como nosotros. A las 5.3 de la tarde salíamos todos de la escuela, una gran masa blanca que se iba desasiendo en cuanto iban pasando las cuadras. A las 6 de la tarde, el barrio y la plaza estaban llenos por todas partes, de niños jugando, de niños corriendo. Éramos nosotros, crecimos libres, sin inseguridad, si problemas. Alejados de cualquier cosa que pudiera hacernos mal, o tal vez no.
El verano, y sus largas noches, de veredas y mates, de guitarras hasta las tres de la mañana en la plaza. Los días de primavera en el arroyo del Chafa (cuando aprendimos a fumar), o las tardes de sábados en el campo cuando nos íbamos en bici o nos llevaban detrás del alguna camioneta, algún padre cómplice de nuestras aventuras. Las guerras de bosta de vaca, (juro que amo eso), terribles discos de excremento vacuno volaban por los cielos para estrellarse en nuestra ropa, entre risas y alboroto.
Pavón Arriba es aun hoy, un lugar en donde las bicicletas, olvidadas por algún distraído, pueden pasar días en la vereda del vecino, o la noche tiradas en la vereda, para aparecer al próximo día en el mismo lugar. Y las puertas que rara ves tiene llave, eso aun sigue pasando, aunque cada vez menos.
El día se improvisa, según tus deseos y ganas del momento. Una hora antes de la cena, se organizaban asados de último momento, sobre la marcha. O alguien te paraba y te decía, “vamos a tal lugar”, vos decidís según tu humor, era solo abrir la puerta de la camioneta y subir, para terminar en alguna loca situación, aventura.
Esos días ya no me pertenecen, hoy son de otros. Y ahora solo son parte de un recuerdo hermoso de mi vida. De cómo crecí; de cómo aprendí a andar en bicicleta; a jugar hasta la hora de cenar sin parar; de que la noche pueden terminar sobre el costado de la ruta, con un termo y el mate, estrellas, cigarrillos y amigos. También aprendí, que no es bueno acelerar cuando la tierra esta floja, porque terminaras chocando, y que cuando hay mucho barro, tenes que manejar despacio y regulando, sorteando los obstáculos, y yo no hablo de manejar.Pavón??!!! Creo que Pavón cambio para mi el día en que lo deje, para vivir en Rosario, pero es cierto que tampoco fue el mismo desde el tornado de 2003 (el mismo años en que me vine). Algo se perdió, a ese algo se lo llevo el viento, ese día en que arraso con todo……..quizás con, ese todo que era mi pueblo

MI Casita, y mis amigos de la infancia

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