Bordar
No recuerdo cuando fue el momento exacto en que comencé a
bordar, pero debe hacer más de 25 años. Quizás cerca de los 8, me enseño mi
mamá, para entretenerme. Así el bordado se trasformó en un acto cotidiano y familiar.
Hubo épocas en las que borde más y otras menos, pero siempre ha sido parte de
mi identidad, un sello personal y de estilo.
También tuve épocas de rebeldía, renegando de esas
actividades de “vieja” o de “amas de casa”, como un mandato de la señorita que
debe ser. Como esa rebeldía de Mafalda contra Raquel. Pero siempre lo seguí
haciendo, seguía bordando. El tiempo enseña a mejorar la puntada con la práctica
y también a entender muchas cosas. Así es que me di cuenta que esas “actividades
femeninas” era importantes, eran un legado de otras que estuvieron antes.
El bordado, que es un arte antiguo, siempre o por lo menos en
mi imaginario, ha sido una actividad femenina. La reunión de mujeres alrededor del
telar o los bastidores, de las tinturas y de los hilos, mujeres hablando y trabajando
desde el principio de la historia. “La labor”,
así se le decía. Hoy, bordar sigue
teniendo ese poder de convocar y de unir, es una actividad grupal donde surge
la charla y la complicidad y que en un acto brujeril nos llena de magia y nos
da la posibilidad de expresarnos en todos los sentidos.
Bordar también ha sido para mí un refugio donde
esconderse pero también un refugio donde
explotar la creatividad que llevo dentro. Bordar es muchas cosas, es sororidad,
es compartir, es arte, expresión y es sobre todo una actividad sanadora. Por eso
amo bordar.
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